UN LARGO CAMINO PARA SER CUIDAD

La aldea olvidada del fin del mundo

El origen de Valparaíso marcaría el ritmo errático y poético que lleva hasta hoy: un lugar descubierto pero no fundado, un puerto saqueado por piratas, un pueblo originario que sólo buscaba disfrutar.
 Juan de Saavedra no podía creerlo. Tras frotarse los ojos la bahía seguía ahí. El mar se divisaba a lo lejos, luego de un valle verde, frondoso, con árboles y arroyos que descendían hasta las arenas. Mientras más se acercaba al lugar más evidente era la semejanza. Aquella pequeña caleta de pescadores lo remontaba a su pueblo natal en las lejanías de España. La bautizó Valparaíso, en honor a aquel recuerdo. Era la primavera de 1536.
 Diego de Almagro ya se encontraba en viaje de regreso al Perú, tras su accidentada expedición desde el Cuzco al fin del mundo, cuando llegó un tripulante del barco Santiaguillo, uno de los tres de su hueste, con alimentación y vestimenta para todos. Es entonces que Almagro recobra fuerzas y le ordena a su capitán alguacil, Juan de Saavedra, reconocer terreno. Podía ser la salvación: fue Valparaíso. Armaron  cuartel general allí y se enviaron expediciones por tierra y mar en dirección sur.
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El Santiaguillo y el San Pedro, de la expedición de Diego de AlmagroEn aquellas quebradas de canelos, maitenes, bellotos, peumos y palmeras vivían los changos. Eran indios pescadores que migraban de un lugar a otro según sus necesidades, gitanos de mar, para el historiador Vicuña Mackenna. Usaban balsas de cuero de lobo en la pesca y se alimentaban de frutos silvestres. A diferencia de muchos pueblos indígenas de la zona, no conocían la guerra, eran apacibles y sumisos. Les gustaba disfrutar de la naturaleza y cuando el viento traía bajas temperaturas, reanudaban su marcha hacia lugares más cálidos. La llegada de los extraños hombres de tez blanca tampoco gatilla en ellos una actitud bélica. Convivieron españoles y changos. Ni siquiera se los convirtió al catolicismo. Quizás los españoles no alcanzaron, porque pronto Almagro y los suyos se devolverían al Perú, luego de que las expediciones al sur volvieran derrotadas, unas por el mal tiempo y otras por los indios. Y peor, Almagro, tras grandes esfuerzos de sus hombres y de los indígenas, logró extraer apenas una mísera cantidad de oro del estero Marga Marga. No valía la pena tanto sudor.
 Fue así como Valparaíso fue descubierto y no fundado. No hubo acta, como las leyes de la Corona Española exigían. El Valle de Quintil, llamado así por los changos, volvía a ser suyo; el valle y toda la tierra que se extendía desde la Punta Du Prat hasta Con- Con: Alimapupaís quemado.
 Tuvieron que pasar ocho años para que Valparaíso existiera legalmente, gracias a una carta – poder escrita el 3 de septiembre de 1544 por el gobernador de Chile, Pedro de Valdivia. En ella ordenaba a Juan Bautista Pastene  navegar por la costa desde Valparaíso hasta los confines de la Gobernación. – De nuevo nombro y señalo – decía la carta – este puerto de Valparaíso para el trato de esta tierra y ciudad de Santiago.
 A pesar de su nuevo status de puerto de Santiago, Valparaíso seguía siendo esencialmente Alimapu, un lugar salvaje, olvidado por sus conquistadores, con gobernadores que poco o nada tenían que hacer. Pero la suerte de sus nativos se vería interrumpida en 1550, cuando el capitán Juan Gómez, gobernador en ese entonces, decide matar a todos los changos de la zona con la excusa de una posible sublevación. El degüello y la hoguera arrasaron con la especie, escribiría Víctor Domingo Silva en 1910. El escenario fue tan cruento que los pocos españoles que vivían allí, en chozas y ramadas, se fueron retirando paulatinamente hasta que Valparaíso quedó abandonado.
 Sin embargo, aquel puerto seguía siendo el nexo entre Perú y Chile, los españoles se vieron obligados a repoblarlo. Y a medida que Valparaíso tomaba su perfil de ciudad se fue haciendo más atractivo para el saqueo de los piratas del noreste. Hay que recordar que las relaciones entre España e Inglaterra distaban de ser amigables, de ahí que las costas pacíficas estuvieran muy expuestas a estas visitas non gratas.
 El primer aparecido fue Francis Drake o el “Draque”, como comúnmente se le conoció. Llegó a bordo del Pelican, el 4 de diciembre de 1578, acompañado de cuatro barcos pequeños. De entrada, él y sus hombres tomaron un buque español y asesinaron a sus tripulantes. Atracó en el puerto y en tres días saqueó todo lo que encontró en el pequeño caserío de la playa, desde harina hasta oro. Tal fue su audacia que incluso robó dos botijas de vino y los vasos y ornamentos sagrados de la modesta capilla que el Obispo Rodríguez de Marmolejo había fundado en 1559, en el mismo sitio donde hoy está la Iglesia de La Matriz. – Después del desembarco de Drake, a la verdad, Valparaíso no volvió a existir como pueblo – reflexiona el historiador Vicuña Mackenna.
 Con aquella visita ilustre quedó claro que el puerto necesitaba protección, por lo que se formó una guarnición en la plaza. Así, cuando Richard Hawkins – Richarte – también inglés, decidió atracar en Valparaíso en abril de 1594, se encontró con resistencia. Esta llegó desde Santiago, a cargo del mismísimo gobernador Alonso de Sotomayor. Hawkins se vio en un callejón sin salida y tuvo que negociar su libertad, pero su temple de corsario pudo más y optó por quemar las naves apresadas y huir rumbo al Callao.
 Oliver Van Noort, holandés, se presentó el año 1600: venía a hacer justicia en nombre de su compatriota Dirich Gerritz. Éste había llegado con anterioridad a Valparaíso, con banderas blancas por encontrarse mal herido. Pero las autoridades del puerto lo habían tomado prisionero y enviado a las fortalezas del Callao. Noort en respuesta, atacó tres naves, asesinó a sus tripulantes a cuchillazos e incendió los barcos. Para entonces se había construido el Castillo de San Antonio e instalado una batería; sin embargo, a la hora de disparar, ésta no funcionó y Noort se fue sin siquiera pisar tierra, tan miserable le pareció.
 Quince años después, un 12 de junio, Valparaíso sufriría su primer bombardeo. El holandés Joris Spielbergen hizo cenizas las pocas casas que había en la playa, desembarcó con sus hombres, peleó contra la guarnición y se retiró hacia Quintero. Una vez más el puerto quedaba desolado y haciendo honor a su antiguo nombre: Alimapupaís quemado.

 

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